jueves, 24 de febrero de 2011

Lodoterapia biker

El día empieza tempranísimo, a las 4.15 AM, pero media hora más tarde Dani (del Open Natura) nos regala su mejor sonrisa (este hombre es la monda) y nos lleva en coche hasta Tudela, junto a Jordi, que cabecea en el asiento trasero, entre las bicicletas. Poco más allá de Zaragoza, el cielo azul se cubre por completo. El parte ha acertado: llueve.

"Si entráis en las Bardenas hoy no saldréis", nos advierte un habitante de un pueblo que da acceso al parque. "Anoche llovió como en el diluvio universal. Os quedaréis atrapados. Aquí la arcilla es lo más pegajoso que existe", insiste, en vano, por supuesto. "Vamos a intentarlo. No hemos madrugado ni hecho 400 km de viaje para ahora rajarnos", resolvemos.

Rodamos contra el cierzo, helado y helador, esquivando charcos y superando breves tramos de barro hasta Castildetierra (foto superior), hasta que más allá del cauce de un río "capuchino" (o café con leche, según se mire), el camino se vuelve trampa. No aparenta en absoluto lo que verdaderamente es. A simple vista parece un camino normal, pero al pisarlo, ya sea con los pies o con la rueda, una capa de arcilla superficial se desprende de la Tierra y se adhiere a la suela del zapato o el neumático. Y a esa capa se le suma otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra.

Cada pie pesa 10 kilos. La rueda se bloquea cada 5 metros. Al final, sólo se puede avanzar arrastrando la bicicleta caminando de espaldas, deslizándola de costado, como en la tercera foto de esta entrada. Y así recorremos aproximadamente 10 km llanos en el tiempo récord de 3 horas. Lo que debía ser una ruta panorámica y fácil con apenas 450 metros de desnivel acumulado se convierte en un calvario inhumano, una sesión de gimnasia intensiva, luchando para llegar de día a nuestro destino. Más adelante, la pista mejora. Estamos salvados. Nuestro pensamiento es para el sabio consejero de la mañana, cuánta razón tenía, pero enseguida aflora el espíritu rebelde: "¡¡¡Pero hemos salido!!!".


Pese al esfuerzo extraordinario, miras atrás y la satisfacción casi te revienta. La ruta ha sido increíblemente bella. Las Bardenas Reales son un lugar idílico, un desierto de reducidas dimensiones pero lleno de postales impresionantes, de formas erosionadas oníricas, horizontes abiertos, aire puro que todavía puedo oler... Para la próxima ocasión, sólo hay que tener en cuenta un pequeño detalle: la víspera, todos y todas a practicar la danza de la lluvia, pero al revés. ¡¡¡Nos vemos en las Bardenas!!!