Este fin de semana viajamos hasta Gilena (Sevilla) para participar en la primera de las 5 pruebas del nuevo circuito de resistencia Trek 12 Wild Wolf Series.
El plan era viajar al más puro estilo "Equipo A" (no diremos a quién le correspondía el papel de M.A. Baracus, ni de H.M. Murdock) junto a dos experimentados en las carreras de larga duración: Jaume Ribosa y Noe Lopes, ambos del equipo Monbike Mataró, con los que coincidimos ya el año pasado en las 24doce de Moralzarzal.
El plan era perfecto: compartir furgo de ida y vuelta, charlar de carreras, pedaladas y viajes durante todo el camino, hasta quedar afónicos o caer dormidos, pues el trayecto era de 1.050 km. En el zurrón llevábamos de todo: desde galletas de chocolate hasta los incondicionales bocatas de fuet. Todo iba como la seda. En mitad de la ola de frío, avanzábamos a toda velocidad hacia el "cálido" sur de la península... Peaje va, peaje viene...
Lo que no llevábamos en el equipaje –un despiste lo tiene cualquiera– era un palier derecho de recambio para la furgoneta, que dejó de andar cuando estábamos a 350 km de Gilena, en un pueblo del que cuesta recordar el nombre. Cuando por fin conseguimos una grúa y un taller, echamos de menos la escenita mágica de Hannibal Smith con un habano bajo la careta de soldador y, sobretodo, la del teniente Templeton Peck (alias Fénix) consiguiéndonos un palier en un desguace o, en su defecto, un helicóptero, en un abrir y cerrar de ojos.
Primera parada, involuntaria.
Llamando al Equipo A, junto a la lumbre.
Con bicis pero sin coche... Temperatura: cero grados, ni frío, ni calor.
El Equipo A no acudió en nuestra ayuda, pero aún y así llegamos a Gilena. Cierto que eran las 2 de la mañana (20 horas después de salir de casa), pero allí estábamos, refugiándonos en el interior de un camión que ya querrían muchos pilotos de la F1.
El sábado todo eran nervios y cansancio, pero el agobio se esfumó en cuanto se dio la salida y empezamos a dar vueltas, por turnos, a un circuito de 13,5 km con unos 320 metros de desnivel positivos en el que el 90% del trazado era por senderos. Una gozada. No era difícil, pero tampoco fácil. Había que estar atento en todo momento. La ascensión venía después del único tramo de pista, que llaneaba hasta enlazar con un suave falso llano en el que el viento helado siberiano nos daba de pleno en la cara (por suerte a mediodía aflojó un poco). Toda la subida era por senderos, con algún que otro descansillo, antes de entrar en el bosque y empezar a zarandear la bici de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, esquivando rocas, fluyendo, siempre atentos, disfrutando de la bici de montaña en todo momento...
La jornada transcurrió para nosotros a la velocidad de la luz.
Amelia pasando por meta.
Ajuste de frenos en la carpa del Demo Tour de Trek.
Cuando el frío aprieta, se impone la mejor tecnología!!!
Y llegó la noche, y la hora de encender los focos Half Egg. No los habíamos probado todavía: increíble la luz, el bosque, las trialeras... Parecía incluso más fácil que durante el día!!! Eso sí, a esas horas nos sabíamos el circuito casi de memoria!!! Casi tanto como uno de los ganadores (y eso que dimos muchas menos vueltas que él), con el que coincidí mientras esperaba el último relevo: el pobre iba con un foco que alumbraba menos que una linterna de esas que funcionan dándole vueltas a una manivela... Me dijo que habían pasado de girar en 36 minutos durante el día a marcar tiempos de 46 minutos. Yo pensé: "Pues igual a mí ya no me da tiempo de dar otra vuelta...".
El último relevo me lo entregó Amelia a las 22.03 h, que marcó uno de sus mejores cronos de todo el día precisamente de noche. He de reconocer que yo llevaba una hora deseando que llegase sólo 5 minutos más tarde. Soñaba con una ducha calentita y un plato de croquetas caseras en el bar que había a sólo 20 metros de la línea de meta. Pero me tocó volver a salir.
Me quité la chaqueta. Me enchufé un PowerGel y salí pitando. Pista, frío, oscuridad, cielo estrellado, menos frío, emoción contenida, sendero de subida, primeros resoplidos controlados, cambio de ritmo, cálculo de fuerzas, pensamientos positivos, entrada en fase "me gusta el mountain bike", breve tramo de bajada, muy rápido, entre los arbustos, saludo al voluntario del control que lleva todo el día indicándonos el camino, se abre el cajón de "momentos increíbles", me sumerjo de nuevo en el silencio, en la oscuridad, en el túnel blanco de luz de mi foco, en la agradable concentración que implica sortear todos los obstáculos, en la satisfacción que produce comprobar que todo fluye, que mis piernas responden, en comprobar que delante de mí un biker empuja la bicicleta... Pienso: "Pobre". Sorpresa mayúscula al reconocer a Jaume, que me dice que ha "reventado", y yo le pregunto si le puedo ayudar creyendo que ha pinchado la rueda, pero resulta que quien ha reventado es él, que ha ido "fatal todo el día". No me extraña, después del palizón y los nervios de ayer... Y además él participa en categoría individual...
Al final entro en meta 10 minutos antes de las 11 PM. Y Jaume entra cinco minutos después, a tiempo para sumar una vuelta extra. Lo hace junto a su amigo Iñaki, que ayer le ayudó a encontrar hotel, le esperó hasta las 2 de la madrugada, hoy le ha traído hasta el circuito... Es, para mí, la imagen del día. Ellos dos entrando en meta. Juntos. Rivales. Amigos. Jaume acaba siendo tercero, cuando creía que iba mal clasificado, pero ha luchado hasta el final. Iñaki es segundo. Yo me alegro de haber dado esa última vuelta, por lo que sentí al rodar al máximo, en completa soledad, por el interior del revirado laberinto de senderos del bosque. Y por haber visto a Jaume, en mitad de aquella subida, dándolo todo. Y luego entrando en meta, junto a su amigo. Este es, sin duda, el espíritu de este campeonato.
Jaume e Iñaki (3º y 2º clasificados),
entrando en meta de la mano (foto: Pablo Ferao).